Fue tal su avidez, que sin preámbulo comenzó a comer del cereal que había en un tazón en el piso.
No pude mirar a otro lado, ante esa imagen de ella, desnuda e hincada que me había seducido y encantado.
Y no era tanto su desnudes, ni su tegumento tan blanco y liso.
Era esa forma de engullir el cereal que me mantenía embelesado.
Ángel Dom.
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